Este es el momento glorioso de la humanidad. Cristo regresa a la Tierra para ponerle un punto final a la historia del pecado. No mas dolor. No mas llanto. La muerte no arrancara otra vez un ser querido de tus manos. Las tristezas, los dramas y las tragedias de esta vida habrán llegado a su fin.
Cuando era un niño, un día hui de casa por temor al castigo. Había cometido una falta y sabia que arreglaría cuentas con mamá. Corrí y corrí. Corrí pensando que si iba al lugar más distante de la tierra mi madre no me encontraría. Corrí creyendo que haya en el punto más infinito del horizonte, donde el cielo se une con la tierra, podría esconderme de mis propios errores. Tenia miedo de parar. Corrí sin saber hacia donde. Simplemente corrí.
El día agonizaba en los trigales maduros de mi tierra. Las sombras de la noche se mezclaban con mis miedos y me aprisionaban. El canto amedrentador de las lechuzas parecía la carcajada siniestra de la noche. Estaba cansado, con frio y con hambre. Me acurruqué debajo de un lumbral de una casa abandonada y fui vencido por el cansancio. No se cuanto tiempo dormí. Solamente se que desperté asustado. Alguien me acariciaba el rostro dulcemente. Era mi madre.
-Ya esta bien, hijo - susurró a mis oídos con ternura-, ya corriste demasiado. Llegó la hora de volver. Vamos a casa.
Esta es la verdad mas hermosa de todos los tiempos. Tu también ya corriste demasiado. Ya sufriste. Ya lloraste. Ya te heriste los pies en la arena caliente del desierto de esta vida. Ya está bien, hijo, te dice Jesús. Llegó la hora de volver. Vamos a casa.
¿Aceptaras la invitación?
La respuesta es solo tuya.
Cuando era un niño, un día hui de casa por temor al castigo. Había cometido una falta y sabia que arreglaría cuentas con mamá. Corrí y corrí. Corrí pensando que si iba al lugar más distante de la tierra mi madre no me encontraría. Corrí creyendo que haya en el punto más infinito del horizonte, donde el cielo se une con la tierra, podría esconderme de mis propios errores. Tenia miedo de parar. Corrí sin saber hacia donde. Simplemente corrí.
El día agonizaba en los trigales maduros de mi tierra. Las sombras de la noche se mezclaban con mis miedos y me aprisionaban. El canto amedrentador de las lechuzas parecía la carcajada siniestra de la noche. Estaba cansado, con frio y con hambre. Me acurruqué debajo de un lumbral de una casa abandonada y fui vencido por el cansancio. No se cuanto tiempo dormí. Solamente se que desperté asustado. Alguien me acariciaba el rostro dulcemente. Era mi madre.
-Ya esta bien, hijo - susurró a mis oídos con ternura-, ya corriste demasiado. Llegó la hora de volver. Vamos a casa.
Esta es la verdad mas hermosa de todos los tiempos. Tu también ya corriste demasiado. Ya sufriste. Ya lloraste. Ya te heriste los pies en la arena caliente del desierto de esta vida. Ya está bien, hijo, te dice Jesús. Llegó la hora de volver. Vamos a casa.
¿Aceptaras la invitación?
La respuesta es solo tuya.